Aunque han transcurrido apenas quince días desde que se publicó en la prestigiosa revista Cell
que se había conseguido la clonación de embriones humanos por un equipo
de la Universidad de Oregón, son ya muy numerosos los artículos
dedicados a este tema, por lo que se podría pensar, posiblemente con
razón, que poco hay que añadir a lo ya dicho. Sin embargo, nos parece
que todavía puede ser útil algún comentario adicional.

Todo lo anterior avala que la investigación realizada por el equipo
de Oregón tiene una indudable relevancia científica, que como tal hay
que destacar, aunque indudablemente aún son muchos los pasos que hay que
recorrer para que estas experiencias puedan encontrar su aplicación en
la clínica humana.
Sin embargo, la evaluación de este avance científico quedaría
incompleta si junto al comentario técnico no se añadiera también una
reflexión ética.
A mi juicio, si algo hace al hombre esencialmente diferente al animal
es que el hombre es un ser moral, es decir un ser que en el ejercicio
de su libertad/responsabilidad debe responder de las consecuencias
éticas de los actos que realiza. Los científicos, por humanos, no pueden
quedar al margen de esta responsabilidad. Por ello, el trabajo de
Mitalipov y su grupo ineludiblemente requiere una valoración ética.
Pero para hacerla hay en primer lugar que dejar establecida una
realidad biológica que creo incuestionable. La vida de los seres de
nuestra especie comienza con la fecundación. Pienso que de ello
biológicamente no puede existir duda. Otra cosa es el estatuto jurídico,
filosófico y ontológico, que a ese ser humano producido se le atribuya,
lo que razonablemente puede estar sometido a debate. Pero que la vida
humana comienza con la fecundación, la consiguiente producción del
embrión humano de un sola célula, el cigoto, y la subsiguiente evolución
ininterrumpida hasta alcanzar la fase del denominado blastocisto, el
embrión de 60 a 200 células, parece incuestionable, y ello tanto cuando
esa vida humana se produce por vía natural, como cuando lo es por
fecundación in vitro, o por trasferencia nuclear a somática (clonación),
como es el caso que nos ocupa.
Por tanto, terminar con la vida de un blastocisto humano creemos que
no merece una valoración ética positiva, aunque ello pueda tener una
posible finalidad experimental que se juzgue útil. El ser humano nunca
puede ser producido para utilizarse como medio para conseguir algo, sino
siempre como fin en beneficio propio. Y esto es lo que ocurre con los
embriones producidos en las experiencias de clonación que estamos
comentando, que son generados para ser destruidos, pues esto es
indispensable para obtener las células madre embrionarias que en teoría
podrían ser utilizadas, en un futuro más o menos próximo, con fines
terapéuticos. Consecuentemente tener que destruir los embriones
producidos es lo que condiciona un juicio ético, a nuestro juicio,
negativo de las experiencias de Mitalipov y su grupo.
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