Médico y miembro, Asociación Derecho a Morir Dignamente (ADMD)
No hay duda de que, a día de hoy, el debate en torno a la dignidad en
la muerte ha dejado de ser objeto exclusivo del círculo de juristas
expertos en que se inició. Este debate tiene ahora lugar, casi
cotidianamente, con normalidad y desde muy diferentes voces, en los
medios de comunicación de masas. Ha quedado lejano el tiempo en que "la
muerte digna" sólo encontraba eco en los medios al hilo de algún hecho
noticiable, generalmente ligado a protagonistas que, en primera persona,
reclamaban abiertamente el derecho a diseñar su propio final desde
situaciones vitales que concitaban la compasión solidaria de la mayoría,
aunque también -baste recordar los ataques a Ramón Sampedro- furibundas
descalificaciones de los elementos más retrógrados de la derecha
confesional. Hoy en día es común la difusión en radio y prensa, escrita o
digital, de opiniones y posicionamientos públicos a favor de la libre
disponibilidad de la propia vida y de las conductas eutanásicas.
A juzgar por el interés que muestran al respecto los directores de
medios de comunicación, tal vez deberíamos empezar a considerar que el
tabú en torno a la muerte tiene los días contados. Sin duda que en esta
nueva actitud de los medios de comunicación sobre la muerte decidida por
el sujeto y sobre las conductas eutanásicas, habrá influido el hecho,
constatado por todas las encuestas al respecto, de que la inmensa
mayoría de la población española, incluidos los médicos, están a favor
de su reconocimiento legal.
Así las cosas; periodistas, médicos y sanitarios en general, al igual
que filósofos del derecho, penalistas o bioéticos han hecho en los
últimos tiempos aportaciones fundamentales al debate sobre la
disponibilidad, dotando de argumentos sólidos a la reivindicación del
derecho percibido por la ciudadanía.
En un paso adelante más, a tales voces, digamos que profesionalmente
implicadas en la cuestión, se ha sumado recientemente otra valiosa
aportación con la publicación por la editorial Endebate del libro La buena muerte de la profesora Adela Muñoz Páez.
La autora, cuya dedicación profesional -la química inorgánica- la sitúa
ante el problema como "una profana", según su propia expresión, recorre
con lucidez los problemas relacionados con la muerte voluntaria, desde
la confrontación de la ética y las disposiciones legales, hasta la
descripción del proceso histórico de despenalización de la eutanasia en
países de nuestro entorno y las personas y organizaciones que han hecho
avanzar dicho proceso.
Quienes trabajamos para que la dignidad de la vida alcance también a
la muerte, celebramos sin duda este nuevo libro que se une a recientes
publicaciones en nuestro país, como la del profesor Marc Antoni Broggi en Anagrama o la dirigida por Luis Montes en Akal;
todas ellas implicadas en la racionalización de un debate que,
intencional e interesadamente, se persigue embrollar por quienes no
están dispuestos a admitir que su argumento de la vida como un don
sagrado e indisponible no es válido ya para el conjunto de una sociedad
plural y libre.
A propósito de la edición de La buena muerte, su autora, Adela Muñoz, publicó recientemente un artículo homónimo
en El Huffington Post en el que presentaba su obra como la
"aproximación de una profana" a "algunos de los aspectos a debatir para
llegar a una buena muerte". Aunque, según explica ella misma, utiliza el
sustantivo "profana" en la acepción de persona "que carece de
conocimientos y autoridad en una materia", hace una referencia también a
las otras acepciones de profano/a: adjetivo con significado opuesto a
"sagrado", es decir, "cosa puramente secular" o más aún, "que no muestra
el respeto debido a las cosas sagradas" según dice el diccionario de la
RAE. Sea o no fortuita esta referencia de la autora a lo no sagrado, lo
cierto es que me ha suscitado una reflexión sobre lo que debe suponer
para quienes han decidido durante siglos cuál era la verdad oficial, la
verdad revelada y, como tal, absoluta, nuestro cuestionamiento del
principio ético que para ellos sustenta el "no matarás" (en realidad y
en el caso que nos ocupa: "no te matarás"). Su verdad consiste
en que la vida es indisponible porque no nos pertenece. El mismo
argumento por el que en la antigüedad grecolatina, el derecho prohibía
el suicidio a los esclavos. En su moral teológica, la vida del otro es
disponible sólo bajo determinadas circunstancias y siempre que dios lo
quiera así. ¡Y, vaya si lo ha querido a lo largo de la historia!
Ciertamente, debe ser difícil renunciar a ser quien establece las
normas morales de las sociedades cuando se está, como ellos, en posesión
de la verdad verdadera. Se comprende que consideren el relativismo
moral de nuestros tiempos la fuente de todos los males. Aunque, puestos a
ser relativistas, a mí me parece que la causa, si no de todos al menos
de muchísimos de los males que nos afectan, es precisamente el
absolutismo moral que han practicado abiertamente durante siglos y
disfrazado ahora, en el caso de la eutanasia o el suicidio asistido, con
el peligro que para los más indefensos entraña la aceptación por las
leyes de que cada uno es dueño de su vida. Aunque haya que recurrir al
estrafalario argumento de que, como consecuencia de la ley de eutanasia,
los ancianos belgas y holandeses se han visto obligados ¡pobres!- a
emigrar a países limítrofes...
Desengáñese, profesora Muñoz, para quienes se empeñan en gobernar
nuestras conciencias lo que usted defiende en su libro es profano no
porque sea usted química; lo es porque no muestra respeto -no acata- la
verdad sagrada.
No quiero terminar sin recordar parte de la sentencia condenatoria a
Galileo: "La proposición de ser el Sol el centro del mundo e inmóvil en
su sitio es absurda, filosóficamente falsa y formalmente herética,
porque es precisamente contraria a las Sagradas Escrituras". Y, por si
alguien está pensando que eso sólo era posible en el siglo XVII, le
propongo esta otra perla: "Algunos confunden la dignidad de la muerte
con el miedo al dolor. Jesús no tuvo cuidados paliativos pero su muerte
fue absolutamente digna porque la miró cara a cara, con confianza,
porque la aceptó con amor, porque la vivió descansando en los brazos del
Padre Celestial". Estas son del arzobispo emérito de Pamplona, Fernando
Sebastián, ya en el siglo XXI.
Para saber más sobre la Eutanasia, pulse aquí.
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